sábado, 29 de noviembre de 2014

Bobby Fischer

Fischer, Robert (Bobby)

Campeón del mundo en 1972.

Venció a B. Spassky. Jamás jugó como campeón.

Perdió el título en 1975 por incomparecencia ante Anatoly Karpov.

Bobby Fischer fue un jugador formidable. Se dice que su potencia radicaba en su energía y ambición, precisión táctica, preparación teórica y una pétrea confianza en sí mismo. No son pocos matices, pero en el ajedrez de elite muchos jugadores comparten dichos valores. Sucede sin embargo que cada campeón es tan bueno como los anteriores pero suma algo más, algo nuevo.

Fischer no tuvo a su padre, basó su infancia en una hermana mayor. Se supone que nunca conoció mujer, no tuvo novias y, cuando se casó, lo hizo con el objeto de obtener una nacionalidad que le brindara asilo para huir de las leyes del país natal.

Fischer es el claro ejemplo del idiota inteligente, el genio que solo sirve para una cosa. Tuvo el coeficiente intelectual más alto pero su capacidad de relación social era nula. Si no era por el ajedrez, con nadie hablaba, a ningún evento acudía. Como suele suceder con quienes padecen la autoridad paterna (por acción u omisión) de adulto adhirió a una iglesia. Ajedrez y mística, solo abstracciones para él.

Su ascenso trajo a los yanquis una esperanza pues entonces se libraba la Guerra Fría, con todo el aparato de propaganda estadounidense a favor, nada costó al mundo “conocer” y “querer” a este niño idiota. Cada radio, cada diario te inundaba con las aventuras del flaco alto que batía a los “malditos” rusos. Como un falso Quijote, enfrentaba Fischer a cada uno de los campeones soviéticos, y los vencía, porque su genio y su voluntad, como arriba dije, fueron soberbios. Es sabido que cuando alguien le ofrecía tablas, Bobby sonreía meneando la cabeza, siquiera se molestaba en contestar. Dos famas le seguirán mientras haya memoria del juego sobre la Tierra. La primera fue el modo en que llegó a ser retador de Spassky, el entonces campeón del mundo: Fischer tuvo en eliminatorias que enfrentar a Taimanov. Mark era un portento ruso, un jugador solidísimo. Fischer le ganó 6 – 0. Taimanov jamás se repuso del apaleo. En segunda instancia tuvo que enfrentar a Bent Larsen, el campeón danés, una leyenda viva. Muy pocos podían jactarse de haber ganado una partida a Bent. Fischer le ganó 6 - 0. El pánico cundió por el ejido soviético. ¿Existía el respeto y la consideración? A partir de Fischer, no. En semifinales se enfrentó a Petrosian, nuestro conocido ex campeón. Jugaron en Argentina, porque Fischer amaba el bistec pampeano. La primera partida trajo cola: hubo un repentino corte de luz cuando se decía que Tigram llevaba ventaja ganadora. Todos se retiraron a esperar que retorne el fluido eléctrico; Fischer, no; siguió sentado pensando en la oscuridad. Cuando mucho después se hizo la luz, había ya encontrado el único camino hacia el empate. Se adujo que el corte fue sospechoso.
El match contra Spassky fue pactado a 24 juegos, en Islandia, lejana tierra dónde el día y la noche dura seis meses cada una. La cantidad de anécdotas que nacieron de este evento no las agota una biblia. Que Fischer llegara a Islandia fue una odisea. Con contrato firmado se negó a jugar hasta que un particular Inglés, harto de escuchar sus tonterías, le depositó a cuenta 1.000.000 USS extra.

En la 1° partida del match, Fischer se “colgó” un alfil: EEUU 0- Rusia 1.

A la 2° partida no se presentó por otro capricho relacionado con su supuesta religión:
EEUU 0-Rusia 2.

Pidió entonces jugar la 3° partida en una sala ajena a la principal. Spassky no estaba obligado a hacerlo pero creyó que el niño se derrumbaba y accedió. Fue el error más grave de su carrera. Fischer se impuso con holgura. Los EEUU habían derrotado por vez primera en algo importante a los Rusos. El mundo occidental conoció entonces el ajedrez. Este juego de intelectuales y comunistas pasó a ser admirado por todos, hasta en África se difundía, aunque allí no hubiera para comer. Fischer, Fischer, Fischer. En Argentina transmitieron el match por radio, narraban cada jugada una vez que esta llegaba por medio de la antigua teletipo.

Esta nota debe terminar. En los diarios todo está reglado. Falta mucho por decir. Fischer cambió el ajedrez. En el futuro tal vez abunde sobre la leyenda americana pero ahora los dejo, voy leer otra vez Mis Mejores 60 Partidas, un libro magnífico escrito por el mismo genio.


Hasta el año que viene.